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Descubiertos importantes hallazgos al restaurar la iglesia
mudéjar de Alcazarén
Entre ellos, un conjunto de pinturas románicas
Este es el artículo publicado por Manuel A. Rojo Guerra (arqueólogo de la
Delegación Territorial de Cultura. Valladolid) en el diario El Norte de
Castilla, el 16 de marzo de 1986, en relación con las obras de
restauración que estaban siendo realizadas en la iglesia de Santiago Apóstol de
Alcazaren:
ALCAZARÉN. Manuel A. Rojo Guerra (*).
En la actualidad. y bajo el auspicio de la Dirección General del Patrimonio
Cultural de la Junta de Castilla y León, se están llevando a cabo las obras de
restauración de la iglesia de Santiago Apóstol en Alcazarén. El monumento,
realizado dentro del más puro estilo mudéjar, supone un hito más, de sumo
interés, dentro de la extensa representación que este peculiar arte constructivo
tuvo en el centro de la cuenca del Duero. Si Sahagún, con sus famosas y
pintorescas representaciones --recuérdense las iglesias de San Lorenzo y San
Tirso-- ha sido considerado tradicionalmente como centro neurálgico del mudéjar,
las tierras de campíña del sur de nuestra provincia albergan, igualmente, un
conjunto de monumentos que conforman un foco de sumo interés en la expansión de
este arte. (cítese aquí, entre otras, la iglesia de Muriel de Zapardiel, cuya
restauración y consolidación ha sido emprendida recientemente por la Junta de
Castilla y León).
El descubrimiento de un importante conjunto de pinturas románicas tras el
retablo principal del ábside de la iglesia planteó la necesidad de contemplar,
en la solución final del proyecto, el acceso a las mismas y el acondicionamiento
de todo el presbiterio. De esta manera, las excavaciones arqueológicas se han
ceñido a este área y se ha concluido la primera fase de ejecución.
Los resultados que se desprenden del trabajo realizado abarcan desde la
constatación de sucesivas reformas del aspecto primitivo del altar, existencia
de diversas fases de enterramiento en el subsuelo del ábside, hasta el
descubrimiento de estructuras prehistóricas sobre las que se edificó el actual
recinto religioso.
En efecto, el aspecto que antes de la restauración ofrecía el altar, nada, o muy
poco, tenía que ver con el primitivo trazado del mismo. En época de la primera
utilización del templo se accedía al altar mayor por una escalera realizada en
ladrillo que hacía de escabel a una barandilla o iconostasis, separando a la
feligresía del oferente. En época moderna (con posterioridad al siglo XVI) este
aspecto se modificó ampliando el altar y cubriendo las primitivas escaleras.
Toda esta serie de modificaciones en el suelo del presbiterio fueron acompañadas
por distintos acondicionamientos y ampliaciones en la estructura general del
edificio.
Pero a pesar de la importancia de esta constatación, lo que llama poderosamente
la atención es la existencia de varias fases de enterramientos en el subsuelo.
Cronológicamente, la fase más reciente vendría definida por una serie de ocho
sepulturas en fosa cuya datación absoluta no debería estar muy distante de la
época de remodelaciones en el aspecto de la iglesia. Se trata de fosas simples,
sin ningún tipo de estructura peculiar (cubiertas, nichos) sobre las que se
depositaban los cuerpos, en muchos casos con sus atuendos típicos. Es curioso
contemplar la tumba de un clérigo --que en su día oficiaría en la propia
iglesia-- revestida con la casulla bellamente bordada en motivos vegetales, o la
de otro, sobre la que se había depositado una cruz de madera suspendiendo un
Cristo de bronce.
Este tipo de enterramientos contrastan claramente con los que se descubren junto
a la cabecera del ábside. En este caso se trata de tumbas antropomorfas
realizadas en ladrillo y que poseen una cubierta de piedra caliza.
Afortunadamente, la Arqueología, con sus precisos métodos científicos, nos
permite recomponer el momento exacto de la deposición de cadáveres, las
reutilizaciones y las condiciones en las que esto se hacía. Normalmente estas
sepulturas conocieron dos momentos de utilización. La primera inhumación --que
nos fecha claramente una moneda en tiempos de Enrique II de Castilla-- fue
destruida y sus restos amontonados a los pies del nicho unas décadas después de
su deposición, para dar paso a otro enterramiento --el definitivo-- sobre el que
se selló para siempre la tumba con unos bloques de caliza.
Aún se puede reconocer un tercer nivel de tumbas que subyace a las anteriores,
pero que todavía, en esta primera fase, no hemos llegado a desentrañar en sus
características reales y su cronología.
Resulta curioso comprobar cómo diacrónicamente la población que ocupó lo que hoy
es el núcleo de Alcazarén, giró en torno a una acrópolis. La propia iglesia,
centro de reunión y de culto, está edificada sobre lo que en tiempos
prehistóricos fue un poblado de la Edad del Hierro. Tal evidencia se nos muestra
no sólo por la presencia, a lo largo de la excavación, de cerámicas oscuras con
superficies alisadas y realizadas a mano (esto es, sin la introducción de
elementos mecánicos como el torno en su elaboración), sino también por el
hallazgo de un horno de estructura muy peculiar. Realizado en adobe, posee una
cámara aislante entre la pared y la campana del horno, estando la boca de
alimentación excavada en la tierra virgen. Su funcionalidad fue diversa, desde
la cocción de cerámica hasta la fundición de metales. evidencia, esta última,
que se extrae del hallazgo en el mismo de ciertas escorias de bronce.
En suma y a modo de conclusión se puede afirmar que junto a la imperiosa
necesidad de conservar nuestros monumentos y a la tácita obligación de legarles
en perfecto estado, la elaboración de una racional investigación
científico-arqueológica sobre los mismos, permite comprender mejor la evolución
de una población a través del tiempo a la vez que descubre sus raíces en los
cimientos mismos de la historia local.
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(*) Arqueólogo de la Delegación Territorial de Cultura. Valladolid.
Nota 1: Enrique II de Castilla reinó desde 1369 a 1379.
Nota 2: Con relación a las dos últimas frases en negrita ( 5 puntos a destacar
de las excavaciones), la penúltima, en parte, se apoya en la última para su
justificación (sin saber si es suficiente "...cerámicas oscuras con superficies
alisadas y realizadas a mano..."), y la última no es cierta por lo que se expone
en el corrigendum. Se mantiene la penúltima matizándola con "posible" y se
sustituye la última por el obrador que explica la estructura peculiar del horno.

Corrigendum
En el libro: Maestros campaneros, campanas y su fabricación en Valladolid y su
provincia (siglos XVI a XVIII)
editado por la Diputación Provincial de Valladolid en 1998, y en el capítulo
dedicado a "La localización de los obradores", sus autores: M. A. Marcos Villán
y F. Miguel Hernández, identifican como "molde de campanas" lo que erróneamente
se identificó como un "horno de la Edad de Hierro" en el artículo anterior, el
autor de este último, Manuel A. Rojo Guerra, colabora en el libro en la
descripción del mencionado molde (pags. 68-70).
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El el tramo recto del presbiterio de la iglesia de Santiago Apóstol de Alcazarén
(Valladolid) se localizó durante las excavaciones dirigidas por M. A. Rojo
Guerra en 1985 los restos de un molde de fundición de campanas (ver figura).
Dichos restos, situados prácticamente sobre el nivel geológico del terreno, a
casi un metro de profundidad respecto del suelo actual, se encontraban muy
alterados por el intenso uso funerario de este espacio, pues sobre ellos se
documentaron tres tumbas de fosa simple sin ajuar datables en los siglos XVI y
XVII que en algún caso habían afectado notoriamente a los mismos.
Se trataba de un foso de fundición cuya forma se ha perdido a causa de las
remociones del terreno, y en el cual sólo restaban la base circular del molde,
con unos 80 cm de diámetro al interior, construido con adobes trabados con
barro, con un espacio vacío de 15 cm de ancho testimonio de la campana fundida,
envuelto a su vez por los restos de un murete circular de adobes, restos de la
capa del molde, con una progresiva inclinación hacia el interior del mismo, todo
ello con inequívocos signos de haber estado en contacto con el fuego o sometidos
a un intenso calor. La solera del molde se encontraba cortada en su interior por
una zanja de unos 150 cm de largo por 40 cm de ancho, rellena de cenizas,
carbones, escorias y briznas de bronce, así como algún fragmento cerámico
inidentificable.
Su identificación como molde es clara, aunque debido a la realización de la
zanja, cuya fundición con seguridad fue para hacer un fuego con que secar el
molde, y en una segunda fase recoger el metal sobrante de la fundición, eliminó
la parte central, allí donde presumiblemente iría clavado el árbol de la
terraja, que si se hubiera conservado nos permitiría conocer si el molde se
elaboró en el interior del foso de fundición, o si simplemente fue colocado a
posteriori en el mismo. También se localizaron algunos fragmentos cocidos y
ennegrecidos de la capa del molde, destruido en su momento para sacar la campana
ya fundida. El sistema utilizado parece ser el preconizado por Biringuccio, lo
que nos situaría a partir del siglo XVI, momento en el cual se reforman todas
las naves de la iglesia, pasando a ser abovedadas en un estilo tardogótico, lo
que podría explicar el uso del presbiterio mientras se levantan las nuevas naves
como lugar idóneo y a resguardo para la fundición de la campana de la iglesia,
aunque no existen datos concluyentes para esta datación (1).
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(1) El final del capítulo sobre las conclusiones en la localización de los
obradores termina con lo siguiente:
Los hallazgos arqueológicos sobre la localización de los obradores nos muestra
mayor número de ellos dentro de las iglesias o en sus alrededores, aún en contra
de las fuentes documentales. La explicación habría que buscarla en el abundante
número de excavaciones anejas a proyectos de restauración de iglesias realizadas
en los últimos años en Castilla y León, frente a las escasas intervenciones de
arqueología urbana en sectores civiles de las poblaciones. Esta desigualdad
numérica en las intervenciones, unida a la muy posible concentración de los
hornos que no están relacionados directamente con las iglesias en determinados
"corrales", como son los casos de Zamora y Valladolid, difíciles de detectar
arqueológicamente por la propia extensión de los cascos urbanos, serviría para
aclarar esta aparente contradicción.

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