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Artículo
premiado Sobre el
español y sus asuntos
La verdad es que suscita algunas perplejidades un
cabildeo de interrogaciones y profecías sobre el español como el que
ahora bulle por todas partes, y seguramente éste es un buen síntoma
de aprecio de nuestra propia lengua. El destino de una lengua,
verdaderamente, como el de una cultura, y como el propio destino
humano, puede llegar a ser muy incierto en un determinado momento, y
no sé si esto es lo que ocurre ahora, pero en cualquier caso, ante
una situación de esa clase, casi no podemos hacer otra cosa que
anotar nuestras aprensiones y esperanzas, y estar atentos hasta que
se resuelvan. No son cuestiones las de la lengua que puedan
solventarse con ucases e inversiones, aunque se haya intentado
algunas veces, en algunos delirios de poder. Pero sí pueden
destruirse las lenguas, desde luego.
Y el caso es que estamos en una civilización poco
propensa a mantener, y permitir que, se mantengan realidades de
cualquier clase -incluidas las culturas y las lenguas- que no sean
rentables; esto es, convertibles en provecho económico y político. Y
no sé si a este propósito, se oyen voces, pongamos por caso, de que
los hispanohablantes tienden a tener un gran peso político, al menos
como electores, por ejemplo en USA, y también de que en el sentido
económico se presentarían cada vez más risueñas las cosas, en un
inmediato futuro, para los dineros que en español se cuentan.
Lógicamente, es un dato bien atendible, pero hay que matizar
mucho.
Desde el punto de vista cultural, el asunto tiene
otros colores, y habría que distinguir, por lo pronto, entre cultura
en sentimiento estricto, y cultura de masas. En el primer sentido,
resulta obvio que hay idiomas, en los que se han escrito y se siguen
escribiendo, cosas realmente fundantes y esenciales, que, como decía
el Príncipe de Lampedusa, convierten en hombre a un simple bípedo
implume, y en los que se han vertido desde otras lenguas ese mismo
acervo cultural, para servirlas a la humanidad, entera. Y esas
lenguas ni que decir tiene que se convierten así en lenguas a las
que todo hombre que busque su humanidad ha de acercarse. En el
segundo aspecto, en el de la cultura de masas, también hay idiomas,
en realidad, hoy, uno absolutamente predominante, el inglés
americano, que no sólo por la situación de poder de Estados Unidos,
sino por su funcionalidad y sencillez misma, es el lenguaje natural,
por así decirlo, de esa cultura de masas, además de ser el lenguaje
inexcusable de la nueva tecnología, de manera que se impone por
doquier, e incluso media o modifica e influye a las otras lenguas no
sólo en su expresión, sino en el pensar mismo, y en la
coloquialidad, en el lenguaje puramente comunicativo, y
ahí-a-la-mano que decía Heidegger; y entonces ocurre que este
lenguaje instrumental, ni si no se enfrenta a un lenguaje cuya
densidad cultural sea muy poderosa, acabará colonizándolo del todo,
aun sin pretenderlo.
¿Cuál será, entonces, el destino del español en
estas circunstancias? ¿Se consolidará como lenguaje verdadero, para
expresar el interior del ánima y el poder del pensamiento, o se
conformará con ser puro lenguaje comunicativo cada vez más mediado
por aquella lengua prácticamente universal, como ninguna koiné lo
fue jamás? Desde luego que se consolidará como lenguaje verdadero,
si en su seno está alimentado por su vieja sólida cultura. Aunque, a
este respecto, no habría que enmascarar algunas aprensiones, como la
progresiva desaparición de la cultura campesina u de otros grupos
sociales no letrados, que utilizaron siempre esa lengua verdadera,
la lengua de mis amas que decía fray Luis enfrentándole a la culta y
pedante lengua de los intrusos, mediada entonces por el latín de
escuela, como hoy lo está inevitablemente por el americano. Pero los
nuevos pensares y sentires ¿exigen realmente una lengua verdadera, o
les bastará y sobrará con una lengua comunicativa o puramente
instrumental y ahí-a-la-mano? Y luego está la otra aprensión sobre
el desierto cultural educativo, porque ¿sobre qué suelo podrían
levantarse entonces nuestros sentires y pensares con alguna seriedad
y peso?
Con una lengua que tenga detrás un grosor cultural
de primer orden, como lo tuvo en un tiempo, y el mundo civilizado
entero valoró en lo que importaba, no habrá ciertamente ningún
peligro serio para lengua de España, y en ella será buscado aquello
que es imprescindible para ser hombres, y en español está dicho.
Porque lenguas hay muertas que siguen aprendiéndose con pasión, y
amándose como ninguna otra cosa, por quienes son conscientes de que
en ellas se dijeron y escribieron cosas que realmente son
inexcusables para nuestra hominización y humanización; y, si en
español sucediera otro tanto como sucedió, según dije, eso es lo que
ocurriría igualmente, aunque sólo lo hablasen tres docenas de
españoles.
Publicado en el diario El Norte de
Castilla, el 19 de diciembre de 2000 |
José Jiménez Lozano Langa, Avila, 1930 Abogado, escritor y
periodista
Es uno de los intelectuales más lúcidos y originales
del pensamiento español actual.
Fue subdirector y director de El Norte de
Castilla, de Valladolid, hasta su jubilación, periódico con el que
sigue colaborando semanalmente.
La pluma de Jiménez Lozano recorre todo el espectro
creativo, desde el artículo en prensa
a través de sus colaboraciones en periódicos y
revistas, hasta el ensayo, la novela o la poesía. Su capacidad de
análisis, unida a una confesada curiosidad vital y a su profunda
cultura, le permiten adentrarse en temas tan dispares como el
lenguaje instrumental de las nuevas tecnologías en la cultura de
masas (ideas recogidas parcialmente en el artículo premiado) o ser
un reputado especialista en santa Teresa de Jesús o San Juan de la
Cruz.
Su obra ha sido reconocida con una larga lista de
premios de lo que cabe destacar: el Nacional de las letras Españolas
por el conjunto de su obra (1992); el Nacional de la crítica
Narrativa por la novela “El grano de maíz rojo” (1988); el
Castilla y León de las letras (1992) y el Provincia de Valladolid de
1997. |